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lunes, 27 de octubre de 2014

Palabrelatos 1: El Dodecaedro del Tigre.

Antes que nada, me gustaría explicar la sección. De vez en cuando voy a pedir palabras en tuiter (@DonTuerto) y cogeré las cinco o seis primeras como fundamento de un relato. El de hoy es del palo detectivesco "noir", pero el género es sorpresa, incluso para mí, que no veo el futuro. Todavía.

Las palabras de hoy han sido patrocinadas por:

@Unnamed_Freak : Zaratustra.
@AFNWEE : No.
@FincesaTiesa : Dodecaedro.
@Sazhuer : Tigre.
@ClaraLiteraria : Lluvia.

                                                                                                                                     

Lluvia. Miro por la ventana en silencio, esperando ver lluvia. Llevamos así un par de meses, y ya empieza a ser evidente lo mucho que los neoyorquinos necesitan la lluvia. Lo limpia todo, nuestras penas, nuestra tristeza. La sangre de nuestras manos. Por algún motivo la lluvia nos ha abandonado, y cada vez más casos que me encargan tienen por objetivo descubrir quien tiene más reservas de agua en sus casas. Es una locura.
Oigo la puerta, pero no me giro. Será el pequeño Timmy con el informe diario. Espero en silencio a que me informe. Pero no lo hace, cosa extraña.


-Timmy, ¿a qué se debe tu silencio?- pregunto sin girarme.
-Me temo que no soy Timmy, detective.

Esa voz me sorprende, no se parece en nada a Timmy, así que deduzco que no lo es. Me giro y ante mí lo que encuentro es a una mujer despampanante. De las que siempre traen problemas. De las que ya llevan un perfume que evoca a los problemas. De las que tienen los labios de color problema. Ya lo captáis.


-Tal como mi detectivesca mente lo había deducido. Usted no es Timmy.
-Exacto.
-Es usted una mujer.
-No en vano es usted detective.

Sé que sus palabras son sinceras, ya que tengo un don de gentes. Por eso elegí esta profesión. Estoy hecho para detectivizar.

-Vengo a contratarle para un caso un tanto... Inusual.
-Todos los casos lo son. No se lo creerá, pero hace poco encontré un gato que había abierto una puerta con sus patitas. ¿No es eso raro? Pequeño mamón, se creía persona.

-Muy interesante, detective. ¿Podemos ir al grano?

-Me sabe mal, pero esto es un bloque de pisos, no tenemos graner- aaaaah, de acuerdo. Sí, por favor, explique de una vez su caso y no se vaya por las ramas, mi tiempo es oro.

Acaba de suspirar de forma pesada. Pobre mujer, es obvio que lo que sea que le ocurre la tiene preocupada. Lo sé por mis habilidades detectivescas. 

-Verá. No sé si ha oído hablar de la Orden del No.
-No.
-Exacto.
-No, en serio, no sé que es esa Orden.
-Ah, discúlpeme, creía que me hablaba en el código de la Orden.
-No.
-Precisamente. Oh, nada, bueno, le explico. Sin duda se habrá dado cuenta de que hace mucho que no llueve.
-Efectivamente.
-Sé la causa. La Orden del No se ha apoderado de un antiguo artefacto llamado el Dodecaedro del Tigre. Dicho objeto descansaba en las ruinas alienígenas que se encuentran bajo el subsuelo de Nueva York.
-Todo el mundo conoce esas ruinas, señorita, no está sorprendiendo a nadie.
-Lo que le sorprenderá es que una de las naves aun es funcional. La Orden del No, una organización de gente cuyo único objetivo es el de molestar a los demás, se enteró de eso. Y encontraron el Dodecaedro de Tigre, que tiene el poder de hacer llover o impedir la lluvia mediante una tecnología llamada "presurización atmosférica". 
-Eso es una locura, está usted loca, hablando de locas locuras como una loca. Y no se invente palabras.
-Le digo la verdad, y necesito que recupere el Dodecaedro y lo devuelva a la nave. Solo entonces la nave podrá volver a su planeta y alejar el artefacto de nuestro mundo.
-¿El pago? 
-Un millón de dineuros. Más gastos. Es por el bien del mundo.

Eso son muchos dineuros, debo pensar seriamente sobre la repercusión que tal caso me podría traer y las complicaciones que podría causar.

-Acepto.

Mierda.

-Genial, aquí tiene la dirección de la Orden. Y la nave a la que debe acceder se llama Zaratustra. 
-De acuerdo, deje esto en manos del mejor detective que ha visto esta ciudad.

Me rasco sobre el parche perezosamente mientras marco el número de Timmy en mi teléfono.

-¿Sí?

Esa sí es la voz de Timmy, así que deduzco que es él.

-Timmy, necesito que me esperes en -leo el papel con la dirección de la Orden- la calle Falsa 41, con la Tercera y la Quinta. 
-Eso está hecho, Tuerto.
-Y trae el pacificador.
-... Entendido.

Cojo un taxi, desde que ya no llueve que no hace falta viajar en barca por las calles de Nueva York. Es un placer, como estar de vacaciones en Venecia, la ciudad seca. Tengo que entrar ahí con un plan. Tengo que formular un plan. Al cabo de nada llego a la sede de la Orden, donde el pequeño Timmy me espera con mi arma, el pacificador. Le quito el envoltorio y me lo pongo en la boca. Hoy es de fresa. Maldito Timmy, me conoce demasiado.


-Muy bien, este es el plan. Ve a comprarme el diario de mañana y espera en el despacho con un café caliente. Entonces recuerda que no me gusta el café y me pones una horchata en la nevera. ¿Alguna duda? 
-Lo habitual, entonces. Ahí estaré.

Veo como el pequeño Timmy se va correteando mientras saboreo el pacificador. Hora de trabajar. Llamo al timbre.

-¿No?

Oigo una voz desde el otro lado de la puerta, pero obviamente no hay nadie, cosa que deduzco gracias a su respuesta.

-No hay nadie.
-No.

Y un hombre me abre la puerta. Vaya. Parecía una astuta argucia de esta banda de rufianes, pero no contaban con mi intelecto.

-Venía a buscar el Dodecaedro del Tigre.
-No.
-¿Por favor?
-No.
-¿No me lo da?
-No.
-Que le vamos a hacer. Lo he intentado. Pues nada, no me lo dé.
-No.

Acto seguido lo veo ir corriendo al interior y sale con una caja de muchos lados, no sé cuantos, soy detective, no matemático o contable. Podría ser el Dodecaedro del Tigre. Pero como no me paro a contar también podría ser el Octaedro de la Garza. El amable grandote de la Orden me lo da.

-Vaya. ¿Seguro que no lo quiere usted?
-No.
-Ah, pues es usted muy amable.
-No.

Me acaba de cerrar la puerta en los morros, pero oye, ha resultado ser hasta humilde. Ese es mi famoso don de gentes. Tuerto, podrías haber sido político. Menudo dominio de la gente que tienes. No en vano soy el mejor detective a este lado del Nilo. Ahora debo ir a la nave Zaratustra y reenviar esto al lugar del que vino. Espero que sea más fácil que conseguir el Dodecaedro, estoy agotado. Y me queda poco pacificador. Maldita sea, que cuestan veinte céntimos de dineuro cada uno.

Tras un par de horas bajando por el famoso abismo alienígena de Nueva York encuentro las ruinas. Empiezo a buscar la nave adecuada. Aant... Afby... Antonieta II...

Al cabo de lo que parecen años llego a la última. Zaratustra. No solo aparcaban las naves en batería, sino que por orden alfabético. Suerte que mi cerebro de detective se ha percatado de eso a tiempo. Por la X. Entro en la nave y encuentro un agujero dodecaédrico, donde parece encajar la pieza que llevo. La introduzco y me dispongo a marchar cuando una voz me llama.

-Tuerto.

Me giro y veo a un tigre sentado en el asiento del piloto de la nave.

-Eres un tigre.
-Efectivamente.
-Y hablas.
-No en vano eres detective.

Hasta los animales parlantes admiran mis capacidades detectivescas. Soy un maldito genio.

-Siéntate, Tuerto, que vamos a Sgooo-10.
-Lo siento, yo me bajo aquí.
-No te oigo, he subido el volumen de la radio.

Y dicho eso arranca. El impulso me pega al sillón que tengo detrás. Tras destruir la mitad de Nueva York en el despegue salimos al espacio. De haber sabido que iba a pasar esto hubiese pedido un pago por adelantado.

Suspiro mientras observo la TARDIS por la ventanilla. Mujeres. Sabía que me traería problemas.

-No queda mucho para Sgooo-10, prepárate, que yo soy el menos bestia de todos.

El tigre esboza una sonrisa, me guiña un ojo y me envía un besito flotando. Tan distraído va que nos comemos un asteroide. Pues genial.

Puta mierda todo, maldita sea.

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